7 a.m. Suena la alarma del móvil.
¡No es posible! ¿Yaaa?
Pues sí. Lo es.
Me levanto de un salto, apago el teléfono y abro el bloc de notas.
¡Nooooooo! ¡No estáaaa!
Te pongo en antecedentes.
Tengo entre manos la redacción de textos para una web que vende patuquitos de bebé. Y no acabo de encontrar el enfoque adecuado.
La gran idea, lo llamamos.
Pues bien. Anoche, a punto de dormir, me vino.
Hice lo típico en estos casos: pillar lo que tenía más a mano para garabatear el concepto. Y como estaba tan calentito, no me levanté a por mi bloc. Lo anoté en el móvil.
Pero, por lo visto, no le di a guardar.

La tecnología: gran aliada para recordarnos que los métodos más arcaicos son los que nunca fallan.
Pues nada. Voy a tomar un café. A ver si me acuerdo.
Aunque te aseguro que no lo haré. Estas cosas, según vienen se van.
Nota mental: dejar a mano la libreta. A partir de ahora dormiré con ella. Colgada al cuello de un cordel si hace falta.
Ser copy o cómo convertirte en Miss Marple sin pretenderlo
Enciendo el portátil y leo el cuestionario que me ha enviado el cliente.
La verdad es que se ha portado.
Y con la investigación que me he marcado, solo me falta saber su número de pie:
- Público objetivo: ¡delimitado!
- Beneficios y transformación del producto: ¡definidos!
- Puntos de dolor: ¡tocados y hundidos!
- Objeciones del cliente: ¡rebatidas!
- Competencia: ¡localizada y estudiada!
Pero, ¡ahí sigue ausente mi gran idea!

Que pa’l caso es como el motor del coche: sin ella, esto no arranca.
Acabo de decidirlo: voy a darme un garbeo.
Llevo casi tres horas delante de la pantalla esperando una aparición mariana. Y tampoco es plan: yo en esas cosas no creo (ya me puedes perdonar, Pitita).
Y es precisamente, mientras hago la compra, cuando algo en mi cabeza hace: 💡 ¡CLIC! 💡
¡Lo teeeengo! ¡Mi gran idea!
Me paro en mitad del súper, saco libreta y lápiz (bendita tecnología del Pleistoceno) y anoto todo, todito, toooooo-do.
Para celebrarlo, cojo una botella de vermú e intento meterla en el carrito como Tom Cruise en Cocktail: doble pirueta y, evidentemente, no atino. La estampo en el suelo.
Soy consciente. En estos momentos soy como La Trevi:
…Y todos me miran,
me miran, me miran.
Pero al final, pero al final:
mi cliente me amará…
El copywriter: ese matemático de las palabras
Pues nada: ¡toca ponerse a formular!
“¿Formulaaaaaar?” – te preguntarás.
¡Claro! Lo del copy no consiste en ser Gloria Fuertes. Más bien hay que transformarse en Mad Men. Esto va de vender, amigos…
Para ello contamos con unas estructuras de discurso de eficacia probada. Como Cruz Verde pero en versión ventas.
Nosotros las llamamos fórmulas. Quizá sea cuestión de hacérselo mirar porque números, lo que se dice números: pocos hacemos.

En fin. Que estas “recetas” están bautizadas según los elementos que vayamos a usar.
Por ejemplo, AIDA (nada que ver con la gran Carmen Machi) es un acrónimo que nos recuerda una manera para hacer funcionar nuestros textos. Te cuento.
A: de llamar la ATENCIÓN del lector
Lo típico: ¡Jelooouuu! ¡Estoy aquíiii!
Más o menos como cuando, antes de la pandemia, entrabas en un bar y querías que alguien se fijara en tu cuerpo serrano.
Lo sé: ahora con lo de las distancias se ha complicado la cosa. Así que el copy: mucho más seguro. ¡Dónde vamos a parar!
I: de crear INTERÉS
Suele hacerse a través de una historia relacionada con lo que estás vendiendo.
Buscamos que el cliente se identifique y piense que has cruzado océanos de tiempo para encontrarle.

Bueno, igual me he pasado… En la vida real tocaría contar las batallas del abuelo Cebolleta con el único fin de que te invitara a una copa.
¿Lo vas pillando?
D: ¡A generar DESEO se ha dicho!
¿Cómo? Con testimonios y los beneficios de tu producto o servicio.
¿Qué te pensabas? 😮
En un bar sería ese preciso instante en que empiezas a contar lo bien que hablan de ti tus amigos. O tu abuela, si la tienes.
También puedes fardar de los vigorizantes desayunos que llevas a la cama. O de lo “crack” que eres pillando ofertas de vuelos para irte a las chimbambas.
Eso sí: ¡no mientas! Que la mentira tiene las patitas cortas. U know! 😜
A: de pasar a la ACCIÓN
Si has montado bien tu discurso, ¡aquí hay tomate! Llega la contratación, la compra.
Los “marketeros” lo llamamos conversión. Nos encanta poner nombres rimbombantes a cosas de lo más normales. Ya sabes. 😱
¿Cómo lo conseguimos?
Subrayando los pasos que debe dar el interesado. Que tampoco es plan de desperdiciar una venta por no explicar las cosas (créeme: ¡ocurre!).
Y, muy importante: hay que dejar clarito todo lo que se va a perder quien no pase por caja.
Vamos, que vaya olvidando tus cruasanes recién horneados en la camita. ¡Para que sepa lo que es bueno!
Aquí hemos venido a escribir, así que… ¡Manos a la obra!
Toca comenzar con lo inevitable: escribir.
Todo copywriter puede entrar en bucle y seguir investigando…
… e investigando…
… porque crea que aún le falta algo por saber de su cliente.
O de su público.
O de la prima de la del quinto.
Es habitual.
Toca poner a funcionar tu alarma anti – procrastinación.

A ver…
Que a todos nos da miedo el folio o el Word en blanco. Pero es mejor empezar a darle a la tecla cuanto antes si no quieres caer en el “pozo del plazo que se me echa encima”.
Porque en esto del copywriting también hay plazos, sí. Y hay que cumplirlos.
Así que, ¡a vomitar todo el conocimiento que tienes dentro!
Del tirón. Como cuando te depilabas el bigote con cera caliente: sin miramientos. ¡RAAAAS!
Ya habrá tiempo de hacer retoques y revisiones.
Que es, precisamente, la siguiente fase.
La revisión del texto y cómo evitar el Síndrome Cervantes
¡Esto ya está! Como diría Homer: ¡Yu-huuuuu!
Puede que el “yu-huuuuu” dure menos que un caramelo a la puerta de un colegio, claro.
Toca reunión con cliente y recibir su visto bueno.
Aunque hay algunos que solo saben dar el visto… malo.
Y se obsesionan con: “pon esa coma aquí” o “en lugar de zapato prefiero usar la palabra calzado”.
Es de lo más normal.
Consejo para iniciados: escucha sus propuestas.
Todas.

Y al terminar, haz una valoración global. Es posible que más de la mitad de los cambios siquiera modifiquen el sentido de tu texto.
Recuerda: no has escrito Campos de Castilla. Ya lo hizo Machado.
Y El Quijote es de Cervantes 😉😉
Únicamente debemos rebatir aquello que afecte a puntos esenciales como la propuesta de valor, los beneficios del producto para el cliente o, sobre todo, el tono general del lenguaje.
Ya sabes: si tu redacción es cercana no hay cabida para un “Su Señoría”.
¡Ah! Y evita dejar que opine sobre tu texto hasta el técnico de la máquina de café.
Pero, ante todo, no te ofusques. Es la mejor forma de mantener el coco fresco y en su sitio para tu siguiente proyecto.
Porque con la cabecita en ebullición, las palabras no fluyen.
Y los copywriters vivimos de ellas.
Ahora cuéntame. Aquí debajo, en los comentarios: ¿tiene tu negocio unos textos currados?
En Copy Veo | Copy Quiero: ¡queremos saber! 😉
PD: si necesitas dar una vuelta (o cinco) al discurso de tu marca, la propuesta de valor o loquesea… ¡sílbame, que yo voy!
Vamos, que me mandes un mail. O una paloma mensajera. 🕊️
6 respuestas a «Un día cualquiera en la vida de un copy»
Que bien explicado. Que bien situado. Como nos has ido llevando de la manita hasta el final del proceso.
Como buen copywriter.
Felicidades Josean
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Gracias Mar 💖
Espero también haber arrancado alguna sonrisa por el camino 😉
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Me ha encantado el paseo por «un día cualquiera».
Comparto la opinión de que no hay nada como una libreta y un bolígrafo para anotar ideas 😉.
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Si es que… ¡el lápiz y el papel nunca nos han fallado!🙃
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¡Olé tú, Josean!
¡Más claro, el agua!
Ahora sí que no hay excusa para que alguien diga copy…¿quééééé? Y si alguien lo dice, le paso el enlace, le pido que me lea el post en alto y luego le hago un test a ver si ya se ha enterado.
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Jajajajaja. ¡Gracias Gemma!
A ver si resulta que al final me van a dar el Premio copy – Pulitzer… 🤣
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